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En el sexto año de su reinado, el emperador Constantino (272-337 d. de C.) se enfrentó a su rival Maxentius (o Majencio), quien se negaba a reconocerlo como emperador y cuyo ejército, dos veces más grande que el de Constantino, le permitía derrotarlo con facilidad. La noche antes de la batalla, Constantino, mientras dormía, tuvo una visión: en el cielo aparecía brillante la Cruz de Cristo y encima de ella unas palabras: In hoc signo vincis ("Con esta señal vencerás"). El emperador hizo construir -de ahí la relación con la construcción y los albañiles- una gigantesca Cruz que colocó al frente de su ejército, que venció así sin dificultad al tumultuoso ejército enemigo. De vuelta a la ciudad, averiguado el significado de la Cruz, Constantino se reconoció cristiano e hizo reconocer la religión cristiana. Enseguida envió a su madre, Santa Elena, a Jerusalén en busca de la verdadera Cruz de Cristo. Una vez en la ciudad sagrada, Elena mandó llamar a los más sabios sacerdotes y mediante torturas obtuvo la confesión del lugar preciso donde se encontraba el monte en que la tradición situaba la muerte de Cristo. Allí se encontraron tres cruces ocultas. Para descubrir cuál de ellas era la verdadera, las colocaron una a una sobre un joven muerto, el cual resucitó al serle impuesta la tercera: la de Cristo. Santa Elena murió rogando a todos los que creyeran en Cristo, que conmemoraran con fiesta el día en que fue encontrada la Cruz: un tres de mayo precisamente.